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jueves, 4 de junio de 2015

Almas Perdidas. Capítulo 6: La muerte de Misifú ( parte tres)

Eran muy pocas las cosas que disfrutaba, el leer, el dibujar y la compañía de Misifú, mi gata querida, que siempre me acompañaba en las buenas y en las malas. Ella me vio crecer, me vio cambiar y se mantuvo siempre fiel.

Al regresar cada día de la escuela yo sabia que Misifu estaría esperándome. Pero hubo tres días que desapareció, me asusté y me preocupé. Mi madre me vio llorando y me consoló. Fueron tres días sin ella y una mañana regresó y fue abrazarme a la cama.

Al siguiente día la note muy rara. Misifú no quería comer y se escondía en algunos rincones. Dormía demasiado, ya no era activa.
Una mañana de viernes durmió conmigo. 

El domingo, mientras Alexa y yo veíamos la televisión en el cuarto de estudio, escuchamos quejidos, quejidos raros, casi humanos. Como lamentos y sollozos y pudimos ver que Misifú se quejaba y no quería que la viéramos sufrir.

La miré, miré sus ojos verdes por última vez y supe que nos despediriamos. Mi madre la tomó en sus brazos y falleció. Lloré sin encontrar consuelo. Alexa también. En la casa ese día hubo una gran tristeza.

Mi compañera, mi cómplice había partido y no estaría jamás conmigo. Mi madre la envolvió en una colcha y la enterró en nuestro jardín trasero, al lado del árbol tenebroso y gigantesco. Alexa y yo pusimos flores amarillas y se nos llenaron los ojos de lágrimas.











Almas Perdidas. Capítulo 6: La muerte de Misifú (parte dos)

Después de la fiesta familiar estuve pensando en los años que se me iban acumulando y que esos años ya no regresarían. Tenía que vivirlos al máximo, pero algo en mi había cambiado y no precisamente para bien.

Misifú durmió toda la noche conmigo, tuvimos un sueño tranquilo. Al verme en el espejo del baño observé que aún había rastros de maquillaje y mis cejas estaban muy bien delineadas. Observé también que no era tan fea como pensaba, algo en mi a veces relucía.

Pero me estaba volviendo completamente antisocial, a veces creía que odiaba a la gente, otras veces sentía lástima por mi misma. Llegué a cuestionar mi existencia muchas veces, y comencé con mis enfermedades sugestivas. Me hacía a la idea de que no podía respirar y así era, no podía respirar y eran noches de desvelo e insomnio interminables.

Otras noches no dormía por los sonidos en mis oídos, esos tambores o especie de música que me tenía en la locura. Y comencé a ser alérgica al polvo, a lo común y a la felicidad.

Después de la varicela y las semanas en casa sintiéndome mal, llegó algo de lo cual no estaba preparada: la muerte de mi abuelo paterno. Tenía cáncer y esta enfermedad lo consumió.

La muerte para mi era solo una palabra lejana que terminó por darme noches de guerra. Le lloré a mi abuelo, y me lloré a mi misma, por el sufrimiento que me iba tejiendo por las madrugadas pensando en por qué la gente tenía que enfermarse y morir.

Y pensé en mi muerte, pensé en morir, en cuándo llegaría y las múltiples enfermedades que me visitaban cada día. Y poco a poco ya no quería levantarme de la cama, y a veces se me dificultaba respirar.

En la preparatoria no me iba tan mal, hacia las cosas automáticamente y fui dando justificantes, me fui enfermando, y ya no comía y cada vez bajaba de peso. Y así las cosas cada vez peor.

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