Eran muy pocas las cosas que disfrutaba, el leer, el dibujar y la compañía de Misifú, mi gata querida, que siempre me acompañaba en las buenas y en las malas. Ella me vio crecer, me vio cambiar y se mantuvo siempre fiel.
Al regresar cada día de la escuela yo sabia que Misifu estaría esperándome. Pero hubo tres días que desapareció, me asusté y me preocupé. Mi madre me vio llorando y me consoló. Fueron tres días sin ella y una mañana regresó y fue abrazarme a la cama.
Al siguiente día la note muy rara. Misifú no quería comer y se escondía en algunos rincones. Dormía demasiado, ya no era activa.
Una mañana de viernes durmió conmigo.
El domingo, mientras Alexa y yo veíamos la televisión en el cuarto de estudio, escuchamos quejidos, quejidos raros, casi humanos. Como lamentos y sollozos y pudimos ver que Misifú se quejaba y no quería que la viéramos sufrir.
La miré, miré sus ojos verdes por última vez y supe que nos despediriamos. Mi madre la tomó en sus brazos y falleció. Lloré sin encontrar consuelo. Alexa también. En la casa ese día hubo una gran tristeza.
Mi compañera, mi cómplice había partido y no estaría jamás conmigo. Mi madre la envolvió en una colcha y la enterró en nuestro jardín trasero, al lado del árbol tenebroso y gigantesco. Alexa y yo pusimos flores amarillas y se nos llenaron los ojos de lágrimas.
1 comentarios:
Muy emotivo lo que contaste.
Me gustaría seguir leyendote.
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