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viernes, 11 de abril de 2014

ALMAS PERDIDAS. Capítulo 4: Volando entre sedas (Parte II)




 
Capítulo 4: Volando entre sedas (Parte II)





Cuando mi padre se enteró, le quiso dar un infarto. Para él no era posible que a mi madre le hayan visto la cara. La hayan defraudado y robado parte del dinero. Pues como había dicho antes, una fuerza extraña me impidió sacar todos los fajos de billetes... yo los aventé en la cama, pero cuando regresé al cuarto, los billetes no estaban en la cama, estaban escondidos abajo de una almohada, muy bien guardados.


Le pregunté a Alexa si había sido ella, y me dijo que no. Mi madre y yo nos quedamos sorprendidas... pues estábamos seguras que los fajos estaban en la cama. Aún así, mi padre tuvo una gran pelea con mi madre. Pues esas señoras gitanas se habían llevado mucho dinero, la habían robado enfrente de su cara.


Mi padre no creyó cuando le dije que mi madre estaba en trance. Así que no quise discutir con él. Pero sí, mi madre no era ella, actuaba raro. Ya cuando se dio cuenta que la habían robado había vuelto en sí. Y se sintió desdichada, pues había permitido a esas mujeres llevarse parte del dinero. Un dinero que con mucho sacrificio mi padre guardaba recelosamente.


Recuerdo que mi padre lloró amargamente, tenía mucho coraje. Y salimos a buscarlas en la camioneta, mi padre había visto a unos gitanos en cierta carretera y tenía la esperanza que esas mujeres fueran parte de ese clan. Pero nada, no hubo rastros de ellas.


Mi padre les había contado a mi abuela Ofelia y tía Carmen lo sucedido, como para desahogarse. Mi abuela le dijo que diera gracias a Dios que sólo nos habían robado, pues esas mujeres son capaces de todo, y que la mayoría guarda armas debajo de sus grandes faldas.


Tiempo después cuando hice memoria sobre ese asunto, recuerdo que la mujer que conducía escondía algo dentro de sus faldas, que se había sentido temerosa con mi mirada, que me ordenó que me metiera cuando yo salí a despedirlas.


Años después, en el periódico, había leído la noticia de tres mujeres gitanas que habían caído al precipicio de una carretera, la camioneta roja había explotado junto con ellas, después de haber huido y de haber cometido un robo a un comerciante, dueño de una tienda de abarrotes, en algún punto de la ciudad.

No puedo negar que esbocé una gran sonrisa al leer la noticia. Pues las lágrimas de mis padres en ese hecho, no las he podido dejar en el olvido. Desde ese momento dejé de creer en la bondad de las personas y no iba dejar que nadie viniera a dañar a mi familia de nuevo.


Como familia enfrentamos ese trago amargo. Mi abuela tenía razón, gracias a Dios no nos habían herido o dañado físicamente. Pues Alexa era una niña y en su momento no entendió muchas cosas.


Ese suceso nos unió más de lo que ya éramos y semanas después mi padre hacía una carne asada en el patio de la segunda planta. Eddy sacó el dominó para jugar. Los cinco jugábamos y reíamos a rienda suelta. Esa imagen de familia feliz nunca la olvidaré, pues después de eso, la tristeza y lo paranormal nos rondaba.


Reímos, jugamos y comimos hasta altas horas de la noche. Ayúdamos a mi madre a recoger las cosas y trasladarlas hasta la cocina. Yo, nuevamente, me había encontrado dos pequeños gatitos bebés. Misifú andaba de callejera. Le dije a mis padres que me quedaría a dormir en el patio, porque quería ver las estrellas y meditar un poco.


Los gatitos bebés estaban a mi lado, acurrucándose en mis hombros. Y yo tirada boca arriba viendo aquel manto azul, tan espectacular, lleno de estrellas. Me pareció inmenso. Mi madre no quería muy bien que me quedara afuera yo sola, pero no pudo con mis ruegos. Me mencionó que me haría mal el rocío de la mañana. A las dos de la mañana me desperté, tenía sed pero mis padres habían cerrado la puerta. Quizá se olvidaron que me había quedado afuera.


De pronto una luz blanca cegadora me despertó, creí que ya había amanecido. Confusa por estar dormida al aire libre; sentí frío, pero vi la luna enorme y blanca. Los gatitos bebés comenzaron a maullar temerosos. Y vi lo que aún no he podido comprender; tres mujeres volaban por los aires; sus vestidos vaporosos de seda se mecían al compás de su vuelo. No, cualquiera que pensaría en brujas, se imaginaría escobas, vestidos viejos y feos; pero éstas mujeres eran bellas y volaban sin escobas, pero siguiendo el trazo, una detrás de la otra, canturreaban una canción, ellas felices en esa noche de luna.


Mis ojos no parpadearon, las seguí con la vista y ellas voltearon a verme, me sonrieron y una de ellas se me acercó: —Ven a volar con nosotros chiquilla—dijo la de atrás soltando una carcajada. Yo inmóvil no supe que hacer, más que corrí con todo y los gatitos y toqué la puerta para que me abrieran. Ya no quería seguir ahí. Las mujeres se fueron volando entre sedas.






4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Por lo visto, no todas las apariciones eran oscuras. La de la tres brujas eran algo digno de verse.
Y creo que obraba a tu favor la que no dejó sacar todo el dinero.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez no fueran brujas, sino sílfides, elementales del aire, intermediarias entre lo sólido y lo eterea, destacables por su belleza.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Ah, soy anfitrión juevero y el tema es Mara Laira.

Azulia dijo...

Oh, he vivido en el error jaja, créeme que creí que eran brujas. Vaya, he aprendido algo el día de hoy. Oye que padre que seas anfitrión, y que tu tema sea la propia Mara Laira.

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