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lunes, 1 de abril de 2013

ELIZA Y BABY BLUE


    "Ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza y el heroísmo del amor de una madre".


Realmente no sabría si es así como quería empezar. Ya lo había escrito antes, ya lo había pensado antes. Supe en ese entonces que eso era lo que en verdad quería. Lo desee tanto que Dios me lo concedió, me sentí escuchada y demasiado agradecida. Antes de saberlo creo que ya lo había planeado. En ese momento, en aquella Navidad que pasé sola porque asi lo había decidido, sentí que realmente no estaba sola, me sentía acompañada desde el interior, y sentí como mi cuerpo iba cambiando poco a poco, como iba modificándose por una semilla, sentía raro, pero nunca tuve temor, y mi alegría era muy profunda. Esos fríos días reflexioné sobre lo que pasaría, sobre mi futuro y las cosas que naturalmente iban a cambiar. Nadie lo sabía, sólo ese cuarto, el cobertor áspero y los mudos gatos que me acompañaban.
 
Terminaba el año con sorpresas, con angustias, con miedos, con cierto dejo de tristeza y de rencor acumulado, pero sabía que eso terminaría. Ese día despedí al año, un año difícil, pero que al fin y al cabo me dio el regalo más grande. Esa noche de fin de año me pareció simple y rutinaria, cené con la familia de D. y me fui a mi cuarto, ese lugar de bendición, testigo mudo de un gran amor. Miré a mi alrededor y quise desechar lo viejo. Tomé entre mis manos una bola de estambre azul y mis dedos jugaron un poco con ella. D. llegó de madrugada, me abrazó muy fuerte, aún lo recuerdo, aún puedo olerlo. Inmensidad. Y me eché a dormir.

Pasaba el tiempo y comencé a notar cambios, y supe que pasaba algo. Mis pechos me dolían demasiado, crecían, lo que a D. le parecía gracioso; en las mañanas sentía naúseas, y yo quería pasarme todo el día dormida, con una inmensa flojera hasta de recojer los platos.

Por un momento sentí temor, pues ya me había ilusionado la idea. Me
atreví. D me acompañó. Cogí el papel con mis manos algo torpes, decía en letras negras y más grandes: POSITIVO, no sonreí, no grité de emoción, me quedé paralizada. No podía creerlo. Algo en mí estaba creciendo, desde ese momento me cambió la vida. Me cambió todo... dejé de pensar en mí, ahora pensaba en ese ser que habitaba en mi ser, en ese ser que se estaba alimentando de mí, yo estaba generando vida, yo lo había “creado”, y mi dicha fue grande.

Creo que jamás me había sentido tan feliz. Nunca había experimentado esa sensación. Es algo tan grande que no se compara con casi nada, ni con una caja de chocolates, ni con tu primer beso, ni con una gran fiesta de cumpleaños, ni con recibir un título tan esperado, graduaciones, fiestas, dinero, etc., etc. No se compara. Sólo las mujeres que son y han sido madres lo saben. Y quizá puedan entenderme.

Vinieron cambios personales y profesionales. Mucha responsabilidad. Tuve que prepararme en ambos; pero el papel que más me importaba era el de futura madre. Usé el internet como debe de ser utilizado, para bien, y para buscar información. Mi mundo sobre bebés estaba muy alejado, pues yo ignoraba muchas cosas, muchísimas. Me sentí angustiada y con un montón de preguntas. Fueron meses de lecturas intensas. Lo más importante es que mi bebé sea un ser humano feliz, esa es mi meta.

Después de que me enteré de la noticia que estaba embarazada comenzaron todos los chequeos médicos, las visitas al doctor de manera paulatina, y me hice la maña de al menos cada mes realizarme una ecografía para ver el progreso y el estado de salud de mi bebé. Debo confesar que asistía gustosa a realizarme los ecos, porque era la única manera de ver a mi bebé. Me impresionaba como se movía, y aunque sólo veía una pantalla negra, no muy definida, para mí era mucho el ver a mi bebé moverse, los primeros meses no sentía áun esos movimientos... fue hasta el cuarto mes cuando comencé a sentir sus patadas, sus movimentos, sobre todo al comer cosas dulces.

En el segundo mes de embarazo tuve riesgo de aborto, pues yo ignoraba muchas cosas, y seguía barriendo y trapeando, cargando cosas, entonces tuve una
hemorragia, fue un susto horrible, creí lo peor, pero la bebé estaba super bien, creo que yo era la que tenia mal estado de salud, estuve internada en el hospital por tres días, por una hiperemesis gravídica... todo lo que comía lo vomitaba, en todo el embarazo tuve vómitos. Sufría de acidez estomacal, de agruras, casi no disfrutaba la comida, los primeros meses de embarazo comía mucho pescado y pollo, ahorita estoy fastidiada del pescado que ya no lo como.

Cuando estuve internada por la hiperemesis fue espantoso, no me trataron mal, pero yo odio los hospitales, el simple olor me provoca naúseas, el no tener la noción del tiempo, no te dejan tener celulares ni cosas personales, entonces para mí el sentido del tiempo era una angustia, miraba hacia la ventana y podía adivinar más o menos la hora, por el movimiento de afuera, por el amanecer, etc. También lo adivinaba por las horas en que llevaban la comida.

Fueron tres días de espanto por las cosas que uno ve y oye, mujeres sangrando, llorando, gritando, unas a punto de dar a luz, otras llorando por abortos espontáneos, por legrados. Yo lloraba, porque sentía que estaba ahí por mi culpa, por no alimentarme bien, sentía una culpa muy grande y no quería que eso le afectara a mi bebé. D. siempre estuvo ahí, siempre tuve su apoyo y su amor incondicional, a veces no lo sé valorar como es debido, porque así soy, para mi desgracia.
 
En el tercer mes me dijo una ginecologa que era un 95 por ciento niño, obvio que se equivocó, en mis sueños me veía cargando una niña. D quería niño, no le agradó la idea cuando nos enteramos que era niña, pero ahora es el padre más feliz con su muñequita. El doctor me dijo que ya le podía comprar cosas color de rosa, porque él nunca se equivocaba. Y claro, me alegré por mi beba, porque yo deseaba una niña: mi Azulita.
 
Extraño venir al trabajo y que ella no me “acompañe”, suena tonto, pero me acostumbre a llevarla conmigo, en los últimos meses batallaba para caminar, me era cansado subir escalones... pues mi panza creció como una sandía enorme.

Me la pasaba tomando litros de agua, me tomaba diarios de 4 a 5 litros, tenía una sed que nunca terminaba. Cuando estaba en casa me la pasaba en la regadera, me bañaba unas 5 veces al día, poque me sentía muy caliente, batallaba para dormir, ya ni siquiera estaba a gusto de lado, fueron noches de desvelos e insomnios. Entre el 6 y 7 mes tuve las mentadas contracciones de Braxton, no tan dolorosas como las verdaderas pero si molestas.

Yo vivía con temor porque no sabía como iba a distinguir de las contracciones preparatorias a las contracciones reales. No sabía cómo iba a saber yo el momento en que me tenía que ir al hospital a dar a luz. Vivía pensando en eso, ya en el octavo mes me valió y ya no tenía tiempo para pensar en esas cosas, porque cada vez era más cansancio. Ya no dormía. Cada rato me paraba al baño a orinar, pues la cabecita de la beba me oprimía la vejiga.

Cuando llego el momento de la incapacidad, me puse feliz, no porque ya no tendría que venir a trabajar, sino porque eso significaba que ya faltaba menos para conocer a mi beba, tantos meses esperándola, tratando de adivinar como sería, si sería pequeña, grande, blanca o morena, con cabello, etcétera. Me la pasaba viendo tele, leyendo artículos de bebés, dibujando, preparando el cuarto de mi niña, comiendo, tomando agua, bañandome a cata rato. Había momentos en los que me preocupaba y me ponía a pensar en cómo iba a adivinar el momento.
 
Los dolores eran cada vez más fuertes, como cólicos, pero más molestos, ya la comida no me sabía, aumentaba la acidez estomacal y las naúseas; todas las mañanas vomitaba.

Llegó el momento de las compras, y aunque mi mundo de bebé era muy alejado, supe e hice una lista de compras, ya muy apenas podía caminar, de echo la beba me pateaba con más intensidad cada vez. Le compré todo lo que creí necesario. Al llegar a casa todo lo puse en la cuna, esperando el momento. Tomé entre mis manos una ropita, y sentí mucha ternura, pues sabía que muy pronto mi beba la usaría. Ese olor a bebé me agradó muchísimo. Cojí una sonaja y comencé a hablarle a Azulia, y ella me pateo.

Dormir ya era fatal, pues no dormía, me la pasaba viendo películas en la madrugada. Me quejaba mucho, para D ya era costumbre mis achaques. Una mañana llegó y me dijo: “Mi hermana dice que te sientes así porque ya te vas a aliviar. Ya vamos a ser papás”. Cuando escuché eso, me dio miedo, pues no sabía que iba a pasar. Había escuchado tantas cosas del IMSS, de la sala de partos, del parto, de la cesarea, de que fulanita aborto, de que a fulanita se le murió su bebé, de que no te hacen caso si gritas, de que los tactos, de que te duele. Fue un bombardeo de dizque consejos e información por aquí y por allá, que termina por darte angustia y miedo.

Sabía que se me iba a adelantar de la fecha que me habían dado. Pero la cosa era adivinar cuando... Ese miércoles me levanté con dolor, me metí a bañar y pude percibir un dolor más agudo y muy diferente a todos los que ya me habían dado, pero así estuve todo el día. Hice mis quehaceres, todo normal, vi la televisión, hasta que en la madrugada le dije a D que ya no aguantaba el dolor, y que cada 5 minutos o menos quería orinar. La maleta ya estaba hecha, con mis cosas y con las de la bebé. Aún así creí que ese dolor era otra cosa.

Al llegar al hospital me dijeron que ese dolor era por infección vaginal y que “aún me faltaba” que no tenía nada de dilatación... pero al momento de checar mi presión, ésta dio presión alta... así que tuvieron que internarme... Odiaba tener que ir a ese lugar, pues el simple hecho de la espera era eterno, el ver sangre, el esuchar los quejidos o los gritos de las mujeres a punto de aliviarse era angustiante. Traer esa bata verde ya era de por sí fatal, sólo me alegraba el hecho de que pronto tendría a mi bebé en brazos, ya por fin.

Tardaron horas en pasarme a piso, estuve en espera desde las 3 de la mañana hasta las 8 de la mañana, ya no recuerdo que me dieron de desayunar... si es que lo hicieron. El catete me dolía mucho. Al llegar el doctor a checarme, me dijo que traía la presión muy alta, y que había que descartar si era preclamsia.

La verdad que durante mis 8 meses de embarazo nunca tuve presión alta... sólo fue ya en las últimas semanas. Me dijeron que como ya tenía 38 semanas de embarazo pues ya podía nacer, y que era necesario porque la presión alta tanto para mí como para el bebé era peligroso. Me habrían de provocar el parto.

Estuvieron tomándome la presión, haciendo los mentados tactos... y me pusieron un gel para provocar contracciones... tenía ya un centímetro de dilatación, según ellos, faltaban 9 centímetros...
 
En la hora de visita D llegó tranquilo, él ni siquiera sabía que me provocarían el parto. Sólo le comenté que no aguantaba el dolor. Y me la pasé llorando. Tenía miedo que las cosas salieran mal. Cuando nos despedimos no quería que se fuera. Lo abracé muy fuerte. Le dije que orara, más por la beba que por mí.

Desde las 8 de la noche, las contracciones fueron más dolorosas, los doctores llegaban hacerme el tacto, el enfermero que me tocó cada rato me checaba la presión y a “aplacarme”, me tranquilizaban sus palabras, fue un enfermero muy eficiente. Me tuvo mucha paciencia porque yo ya estaba desesperada y muy histérica... no me querían dar medicamento para el dolor. Después de las 8 de la noche apenas tenía 3 centímetros de dilatación, aún me paraba de la camilla al baño. A cada rato quería orinar, en una ocasión ya no alcancé... y oriné la cama, tuve que decirle al enfermero... y me paré a bañarme... al momento de levantarme se me vino una hemorragia, ya en el baño se me rompió la fuente, me asusté y el dolor fue más intenso. Regresé al cuarto.

El enfermero ya me esperaba con sábanas limpias y para decirme que ya no me podía levantar... porque ya me faltaban unas horas para aliviarme y no podía andar para arriba y para abajo.

Después de las 10 de la noche, supe realmente la palabra dolor, no la puedo describir, nunca había experimentado tanto dolor físico, tuve que
ingeniarmelas para evitar tanto dolor, y me enfoque en el poder de la mente y en esas tonterías que uno lee. Desee que mi hija saliera ya, porque creí que me desmayaría o que tanto dolor terminaría por dejarme sin aliento. Mi cuerpo se paralizó, no podía moverme con agilidad. A cada rato aplanaba el botón rojo, el enfermero venía y me decía: “Madre, ya muy pronto te aliviarás, no te preocupes, aguanta”. No me quedaba de otra, tenía ya 5 centímetros de dilatación. Me acordé y pensé en todas las amigas que son mamás, en las madres que conozco, en la mía, y dije: si ellas aguantaron, lo experimentaron, porque yo no.

Mi presión cada vez estaba peor, el dolor se intensificó. Me dijeron que no gritara ni me quejara, pues hice todo lo contrario. Me pasaron a Tocco, me dijo una vieja enfermera muy prepotente, que no me quejara porque todas estabamos igual, que me faltaba mucho, 5 centímetros más, porque debían ser 10.

Pasaron 5 minutos después de estar con dolor y de estar peleandome con la mugrosa enfermera prepotente, cuando sentí algo, sentí muchas ganas de pujar, sentía la cabeza de mi beba y no me creyeron, me regañaron y blablabla, al momento de pasarme a la sala de expulsión para ponerme la anestesia... pues no aguanté... y puje sin que me lo dijeran, y la beba salió sin el más mínimo esfuerzo... sentí como si algo se deslizara... el dolor en mí se calmó.... creo que me dolió más el DIU que cuando mi hija salió.

Escuché el llanto de mi bebé... y tuve ganas de llorar... me sentí mal... mi presión subió... sólo alcancé a ver que estaban limpiando a mi bebé... después me despedí de ella... le di un beso en su cachetito derecho... Me dijo el doctor: “Tiene sus mismas trompas”, y no dejaban de alabar a mi beba con que era una bebita muy bonita. Lo sé. No es porque sea mi hija, pero es una bebita muy hermosa, así como me la imaginaba, blanca y con mucho cabello negro. Su piel era rosita, y tenía el ceño fruncido, salió muy enojona, igual que la madre.

El doctorcillo de pacotilla me la enseñó y se la llevó a Perinatal, a mí me
pusieron el mentado dispositivo, me cocieron, en fin... me sentía hurgada, humillada, maltratada. Y sentí mucho coraje... pero al pensar en mi hija todo se desvanecía... ni siquiera me acordé que estaba desnuda enfrente de dos doctorcillos y una doctorcilla... me imagino que practicantes, hasta menores que yo... en fin... las cosas con mi hija, gracias a Dios, salieron bien... lo demás.... sólo es una experiencia de vida.

Después de hurgarme por aquí y por allá, de cocerme como si fuera muñeca rota... me pasaron a la sala de reposo... me dolía el cuerpo, me temblaban las piernas... y pensé que mi cabello seguramente estaba muy mal, andaba yo muy greñuda... sangraba mucho, sentí la sangre correr por mis muslos... quise dormir pero no pude. Sólo pensaba en cuando me entregarían a mi bebé, cuando la vería, cuando la cargaría... y si ya me iba a ir de ese mugroso hospital... odio los hospitales... me dan naúseas...

Me internaron... por presión alta, quería yo salir ese viernes 24 de agosto, pero no, me quedaría un día más... a mi beba la cuidaron en perinatal mientras yo estaba en otro piso, por presión alta. Paciencia tuve que tener.

El sábado por la tarde me dieron de alta... me porté muy bien, mi presión se normalizó y por fin tuve a mi hija en brazos...

Lo demás, lo demás es algo indescriptible. Es algo que vivo día con día y no deja de asombrarme. No es cliché ni algo repetitivo: Es lo mejor que me ha pasado en la vida, es lo más valioso que tengo.

Aprendo con ella día con día y seguiré aprendiendo, mi Azulita me hace feliz, me hace feliz como persona, como ser humano y sin duda como madre.
 
Azulia Por Toujours. <3

 
 
 






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