"Ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza y el heroísmo del amor de
una madre".
Realmente no sabría si es así como
quería empezar. Ya lo había escrito antes, ya lo había pensado
antes. Supe en ese entonces que eso era lo que en verdad quería. Lo
desee tanto que Dios me lo concedió, me sentí escuchada y demasiado
agradecida. Antes de saberlo creo que ya lo había planeado. En ese
momento, en aquella Navidad que pasé sola porque asi lo había
decidido, sentí que realmente no estaba sola, me sentía acompañada
desde el interior, y sentí como mi cuerpo iba cambiando poco a poco,
como iba modificándose por una semilla, sentía raro, pero nunca
tuve temor, y mi alegría era muy profunda. Esos fríos días
reflexioné sobre lo que pasaría, sobre mi futuro y las cosas que
naturalmente iban a cambiar. Nadie lo sabía, sólo ese cuarto, el
cobertor áspero y los mudos gatos que me acompañaban.
Terminaba el año con sorpresas, con
angustias, con miedos, con cierto dejo de tristeza y de rencor
acumulado, pero sabía que eso terminaría. Ese día despedí al año,
un año difícil, pero que al fin y al cabo me dio el regalo más
grande. Esa noche de fin de año me pareció simple y rutinaria, cené
con la familia de D. y me fui a mi cuarto, ese lugar de bendición,
testigo mudo de un gran amor. Miré a mi alrededor y quise desechar
lo viejo. Tomé entre mis manos una bola de estambre azul y mis dedos
jugaron un poco con ella. D. llegó de madrugada, me abrazó muy
fuerte, aún lo recuerdo, aún puedo olerlo. Inmensidad. Y me eché a
dormir.
Pasaba el tiempo y comencé a notar
cambios, y supe que pasaba algo. Mis pechos me dolían demasiado,
crecían, lo que a D. le parecía gracioso; en las mañanas sentía
naúseas, y yo quería pasarme todo el día dormida, con una inmensa
flojera hasta de recojer los platos.
Por un momento sentí temor, pues ya me
había ilusionado la idea. Me
atreví. D me acompañó. Cogí el papel
con mis manos algo torpes, decía en letras negras y más grandes:
POSITIVO, no sonreí, no grité de emoción, me quedé paralizada. No
podía creerlo. Algo en mí estaba creciendo, desde ese momento me
cambió la vida. Me cambió todo... dejé de pensar en mí, ahora
pensaba en ese ser que habitaba en mi ser, en ese ser que se estaba
alimentando de mí, yo estaba generando vida, yo lo había “creado”,
y mi dicha fue grande.
Creo que jamás me había sentido tan feliz.
Nunca había experimentado esa sensación. Es algo tan grande que no
se compara con casi nada, ni con una caja de chocolates, ni con tu
primer beso, ni con una gran fiesta de cumpleaños, ni con recibir un
título tan esperado, graduaciones, fiestas, dinero, etc., etc. No se
compara. Sólo las mujeres que son y han sido madres lo saben. Y
quizá puedan entenderme.
Vinieron cambios personales y
profesionales. Mucha responsabilidad. Tuve que prepararme en ambos;
pero el papel que más me importaba era el de futura madre. Usé el
internet como debe de ser utilizado, para bien, y para buscar
información. Mi mundo sobre bebés estaba muy alejado, pues yo
ignoraba muchas cosas, muchísimas. Me sentí angustiada y con un
montón de preguntas. Fueron meses de lecturas intensas. Lo más
importante es que mi bebé sea un ser humano feliz, esa es mi meta.
Después de que me enteré de la noticia
que estaba embarazada comenzaron todos los chequeos médicos, las
visitas al doctor de manera paulatina, y me hice la maña de al menos
cada mes realizarme una ecografía para ver el progreso y el estado
de salud de mi bebé. Debo confesar que asistía gustosa a realizarme
los ecos, porque era la única manera de ver a mi bebé. Me
impresionaba como se movía, y aunque sólo veía una pantalla negra,
no muy definida, para mí era mucho el ver a mi bebé moverse, los
primeros meses no sentía áun esos movimientos... fue hasta el
cuarto mes cuando comencé a sentir sus patadas, sus movimentos,
sobre todo al comer cosas dulces.
En el segundo mes de embarazo tuve riesgo
de aborto, pues yo ignoraba muchas cosas, y seguía barriendo y
trapeando, cargando cosas, entonces tuve una
hemorragia, fue un susto horrible, creí
lo peor, pero la bebé estaba super bien, creo que yo era la que
tenia mal estado de salud, estuve internada en el hospital por tres
días, por una hiperemesis gravídica... todo lo que comía lo
vomitaba, en todo el embarazo tuve vómitos. Sufría de acidez
estomacal, de agruras, casi no disfrutaba la comida, los primeros
meses de embarazo comía mucho pescado y pollo, ahorita estoy
fastidiada del pescado que ya no lo como.
Cuando estuve internada por la
hiperemesis fue espantoso, no me trataron mal, pero yo odio los
hospitales, el simple olor me provoca naúseas, el no tener la noción
del tiempo, no te dejan tener celulares ni cosas personales, entonces
para mí el sentido del tiempo era una angustia, miraba hacia la
ventana y podía adivinar más o menos la hora, por el movimiento de
afuera, por el amanecer, etc. También lo adivinaba por las horas en
que llevaban la comida.
Fueron tres días de espanto por las
cosas que uno ve y oye, mujeres sangrando, llorando, gritando, unas a
punto de dar a luz, otras llorando por abortos espontáneos, por
legrados. Yo lloraba, porque sentía que estaba ahí por mi culpa,
por no alimentarme bien, sentía una culpa muy grande y no quería
que eso le afectara a mi bebé. D. siempre estuvo ahí, siempre tuve
su apoyo y su amor incondicional, a veces no lo sé valorar como es
debido, porque así soy, para mi desgracia.
En el tercer mes me dijo una ginecologa
que era un 95 por ciento niño, obvio que se equivocó, en mis sueños
me veía cargando una niña. D quería niño, no le agradó la idea
cuando nos enteramos que era niña, pero ahora es el padre más feliz
con su muñequita. El doctor me dijo que ya le podía comprar cosas
color de rosa, porque él nunca se equivocaba. Y claro, me alegré
por mi beba, porque yo deseaba una niña: mi Azulita.
Extraño venir al trabajo y que ella no
me “acompañe”, suena tonto, pero me acostumbre a llevarla
conmigo, en los últimos meses batallaba para caminar, me era cansado
subir escalones... pues mi panza creció como una sandía enorme.
Me la pasaba tomando litros de agua, me
tomaba diarios de 4 a 5 litros, tenía una sed que nunca terminaba.
Cuando estaba en casa me la pasaba en la regadera, me bañaba unas 5
veces al día, poque me sentía muy caliente, batallaba para dormir,
ya ni siquiera estaba a gusto de lado, fueron noches de desvelos e
insomnios. Entre el 6 y 7 mes tuve las mentadas contracciones de
Braxton, no tan dolorosas como las verdaderas pero si molestas.
Yo vivía con temor porque no sabía como
iba a distinguir de las contracciones preparatorias a las
contracciones reales. No sabía cómo iba a saber yo el momento en
que me tenía que ir al hospital a dar a luz. Vivía pensando en eso,
ya en el octavo mes me valió y ya no tenía tiempo para pensar en
esas cosas, porque cada vez era más cansancio. Ya no dormía. Cada
rato me paraba al baño a orinar, pues la cabecita de la beba me
oprimía la vejiga.
Cuando llego el momento de la
incapacidad, me puse feliz, no porque ya no tendría que venir a
trabajar, sino porque eso significaba que ya faltaba menos para
conocer a mi beba, tantos meses esperándola, tratando de adivinar
como sería, si sería pequeña, grande, blanca o morena, con
cabello, etcétera. Me la pasaba viendo tele, leyendo artículos de
bebés, dibujando, preparando el cuarto de mi niña, comiendo,
tomando agua, bañandome a cata rato. Había momentos en los que me
preocupaba y me ponía a pensar en cómo iba a adivinar el momento.
Los dolores eran cada vez más fuertes,
como cólicos, pero más molestos, ya la comida no me sabía,
aumentaba la acidez estomacal y las naúseas; todas las mañanas
vomitaba.
Llegó el momento de las compras, y
aunque mi mundo de bebé era muy alejado, supe e hice una lista de
compras, ya muy apenas podía caminar, de echo la beba me pateaba con
más intensidad cada vez. Le compré todo lo que creí necesario. Al
llegar a casa todo lo puse en la cuna, esperando el momento. Tomé
entre mis manos una ropita, y sentí mucha ternura, pues sabía que
muy pronto mi beba la usaría. Ese olor a bebé me agradó
muchísimo. Cojí una sonaja y comencé a hablarle a Azulia, y ella
me pateo.
Dormir ya era fatal, pues no dormía, me
la pasaba viendo películas en la madrugada. Me quejaba mucho, para D
ya era costumbre mis achaques. Una mañana llegó y me dijo: “Mi
hermana dice que te sientes así porque ya te vas a aliviar. Ya vamos
a ser papás”. Cuando escuché eso, me dio miedo, pues no sabía
que iba a pasar. Había escuchado tantas cosas del IMSS, de la sala
de partos, del parto, de la cesarea, de que fulanita aborto, de que a
fulanita se le murió su bebé, de que no te hacen caso si gritas, de
que los tactos, de que te duele. Fue un bombardeo de dizque consejos
e información por aquí y por allá, que termina por darte angustia
y miedo.
Sabía que se me iba a adelantar de la
fecha que me habían dado. Pero la cosa era adivinar cuando... Ese
miércoles me levanté con dolor, me metí a bañar y pude percibir
un dolor más agudo y muy diferente a todos los que ya me habían
dado, pero así estuve todo el día. Hice mis quehaceres, todo
normal, vi la televisión, hasta que en la madrugada le dije a D que
ya no aguantaba el dolor, y que cada 5 minutos o menos quería
orinar. La maleta ya estaba hecha, con mis cosas y con las de la
bebé. Aún así creí que ese dolor era otra cosa.
Al llegar al hospital me dijeron que ese
dolor era por infección vaginal y que “aún me faltaba” que no
tenía nada de dilatación... pero al momento de checar mi presión,
ésta dio presión alta... así que tuvieron que internarme... Odiaba
tener que ir a ese lugar, pues el simple hecho de la espera era
eterno, el ver sangre, el esuchar los quejidos o los gritos de las
mujeres a punto de aliviarse era angustiante. Traer esa bata verde ya
era de por sí fatal, sólo me alegraba el hecho de que pronto
tendría a mi bebé en brazos, ya por fin.
Tardaron horas en pasarme a piso, estuve
en espera desde las 3 de la mañana hasta las 8 de la mañana, ya no
recuerdo que me dieron de desayunar... si es que lo hicieron. El
catete me dolía mucho. Al llegar el doctor a checarme, me dijo que traía la presión muy alta, y que había
que descartar si era preclamsia.
La verdad que durante mis 8 meses de
embarazo nunca tuve presión alta... sólo fue ya en las últimas
semanas. Me dijeron que como ya tenía 38 semanas de embarazo pues ya
podía nacer, y que era necesario porque la presión alta tanto para
mí como para el bebé era peligroso. Me habrían de provocar el
parto.
Estuvieron tomándome la presión,
haciendo los mentados tactos... y me pusieron un gel para provocar
contracciones... tenía ya un centímetro de dilatación, según
ellos, faltaban 9 centímetros...
En la hora de visita D llegó tranquilo,
él ni siquiera sabía que me provocarían el parto. Sólo le comenté
que no aguantaba el dolor. Y me la pasé llorando. Tenía miedo que
las cosas salieran mal. Cuando nos despedimos no quería que se
fuera. Lo abracé muy fuerte. Le dije que orara, más por la beba que
por mí.
Desde las 8 de la noche, las
contracciones fueron más dolorosas, los doctores llegaban hacerme el
tacto, el enfermero que me tocó cada rato me checaba la presión y a
“aplacarme”, me tranquilizaban sus palabras, fue un enfermero muy
eficiente. Me tuvo mucha paciencia porque yo ya estaba desesperada y
muy histérica... no me querían dar medicamento para el dolor.
Después de las 8 de la noche apenas tenía 3 centímetros de
dilatación, aún me paraba de la camilla al baño. A cada rato
quería orinar, en una ocasión ya no alcancé... y oriné la cama,
tuve que decirle al enfermero... y me paré a bañarme... al momento
de levantarme se me vino una hemorragia, ya en el baño se me rompió
la fuente, me asusté y el dolor fue más intenso. Regresé al
cuarto.
El enfermero ya me esperaba con sábanas
limpias y para decirme que ya no me podía levantar... porque ya me
faltaban unas horas para aliviarme y no podía andar para arriba y
para abajo.
Después de las 10 de la noche, supe
realmente la palabra dolor, no la puedo describir, nunca había
experimentado tanto dolor físico, tuve que
ingeniarmelas para evitar tanto dolor, y me enfoque en
el poder de la mente y en esas tonterías que uno lee. Desee que mi
hija saliera ya, porque creí que me desmayaría o que tanto dolor
terminaría por dejarme sin aliento. Mi cuerpo se paralizó, no podía
moverme con agilidad. A cada rato aplanaba el botón rojo, el
enfermero venía y me decía: “Madre, ya muy pronto te aliviarás,
no te preocupes, aguanta”. No me quedaba de otra, tenía ya 5
centímetros de dilatación. Me acordé y pensé en todas las amigas
que son mamás, en las madres que conozco, en la mía, y dije: si
ellas aguantaron, lo experimentaron, porque yo no.
Mi presión cada vez estaba peor, el
dolor se intensificó. Me dijeron que no gritara ni me quejara, pues
hice todo lo contrario. Me pasaron a Tocco, me dijo una vieja
enfermera muy prepotente, que no me quejara porque todas estabamos
igual, que me faltaba mucho, 5 centímetros más, porque debían ser
10.
Pasaron 5 minutos después de estar con
dolor y de estar peleandome con la mugrosa enfermera prepotente,
cuando sentí algo, sentí muchas ganas de pujar, sentía la cabeza
de mi beba y no me creyeron, me regañaron y blablabla, al momento de
pasarme a la sala de expulsión para ponerme la anestesia... pues no
aguanté... y puje sin que me lo dijeran, y la beba salió sin el más
mínimo esfuerzo... sentí como si algo se deslizara... el dolor en
mí se calmó.... creo que me dolió más el DIU que cuando mi hija
salió.
Escuché el llanto de mi bebé... y tuve
ganas de llorar... me sentí mal... mi presión subió... sólo
alcancé a ver que estaban limpiando a mi bebé... después me
despedí de ella... le di un beso en su cachetito derecho... Me dijo
el doctor: “Tiene sus mismas trompas”, y no dejaban de alabar a
mi beba con que era una bebita muy bonita. Lo sé. No es porque sea
mi hija, pero es una bebita muy hermosa, así como me la imaginaba,
blanca y con mucho cabello negro. Su piel era rosita, y tenía el
ceño fruncido, salió muy enojona, igual que la madre.
El doctorcillo de pacotilla me la enseñó
y se la llevó a Perinatal, a mí me
pusieron el mentado dispositivo, me
cocieron, en fin... me sentía hurgada, humillada, maltratada. Y
sentí mucho coraje... pero al pensar en mi hija todo se
desvanecía... ni siquiera me acordé que estaba desnuda enfrente de
dos doctorcillos y una doctorcilla... me imagino que practicantes,
hasta menores que yo... en fin... las cosas con mi hija, gracias a
Dios, salieron bien... lo demás.... sólo es una experiencia de
vida.
Después de hurgarme por aquí y por
allá, de cocerme como si fuera muñeca rota... me pasaron a la sala
de reposo... me dolía el cuerpo, me temblaban las piernas... y pensé
que mi cabello seguramente estaba muy mal, andaba yo muy greñuda...
sangraba mucho, sentí la sangre correr por mis muslos... quise
dormir pero no pude. Sólo pensaba en cuando me entregarían a mi
bebé, cuando la vería, cuando la cargaría... y si ya me iba a ir
de ese mugroso hospital... odio los hospitales... me dan naúseas...
Me internaron... por presión alta,
quería yo salir ese viernes 24 de agosto, pero no, me quedaría un
día más... a mi beba la cuidaron en perinatal mientras yo estaba en
otro piso, por presión alta. Paciencia tuve que tener.
El sábado por la tarde me dieron de
alta... me porté muy bien, mi presión se normalizó y por fin tuve
a mi hija en brazos...
Lo demás, lo demás es algo
indescriptible. Es algo que vivo día con día y no deja de
asombrarme. No es cliché ni algo repetitivo: Es lo mejor que me ha
pasado en la vida, es lo más valioso que tengo.
Aprendo con ella día con día y seguiré
aprendiendo, mi Azulita me hace feliz, me hace feliz como persona,
como ser humano y sin duda como madre.
Azulia Por Toujours. <3
Viendo el mundo a través de mis ojos
Hace 10 años
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