ALMAS
PERDIDAS
Capítulo
2: La llegada de Misifú
Era
una tarde soleada, había una suave brisa que recorría cada lugar de
la casa, se levantó al escuchar el canto de los pájaros que ya
habían anidado en la terraza, a ella no le molestaban, le parecía
un espectáculo maravilloso cada vez que los veía andar.
Misifú
no era una simple gata, se había convertido en un miembro más de la
familia, tanto es así, que le habíamos asignado un lugar en la
mesa, donde ella mostraba sus buenos modales. No sólo la habíamos
domesticado, sino era tanto amor que le brindábamos que ella era
feliz, una gatita muy feliz.
Llegó
ahí a los pocos días de nacida, alguien con mal corazón la había
abandonado a ella y a sus tres hermanos en una desastrosa cajita de
cartón, muy cercana a un gran árbol que había en el campo.
Yo
tenía 9 años, acompañaba a mi mamá a la tortillería. La verdad
siempre me había levantado tarde, pero ese día en particular, me
parecía especial. Había mucho sol, pero era un día de sol de ese
que disfrutas. Yo asistía a la escuela en la tarde, así que mi mamá
me levantó para desayunar.
Ibamos
rumbo a la tortillería cuando de repente escuché unos maullidos. A
mi madre no le gustaban los gatos, así que hizo oídos sordos y
seguimos caminando. En el camino le dije que había escuchado a unos
gatitos bebés llorar, traté de convencerla. Así que cuando
regresamos, me permitió ir a ese árbol gigante que estaba enfrente
de nuestra casa.
Mi
hermanita Alexa me acompañó, al igual que a mí, a ella le
encantaban los gatos y cuando regresamos de la tortillería le dije,
salimos corriendo rumbo al árbol gigante que estaba en el campo.
Ahí
estaban, dentro de una cajita de cartón, ya ruñida. Creo que
lloraban de hambre. Eran cuatro hermosos gatitos, uno era color gris,
otro amarillo, y dos eran pintitas. Hace tiempo, un tío me había
enseñado como distinguir a los machos y hembras. Pero mientras le
decía a mi hermana quier era gato y gata, unos grandes ojos verdes y
un maullido angelical me enamoraron. Ella, era la única que habría
abierto los ojos, todos los demás aún no los abrían. La gatita de
ojos verdes caminó hacia mí. Y sus maullidos fueron como palabras
ante nosotras. La puse en mi pecho y la abracé para que no se
sintiera solita. Quería hacerla sentir, que yo, una humana podía
amarla como si fuera mamá gata.
Mi
madre sólo nos había dado permiso para traernos uno. Cuando cargué
a esa gatita pinta de grandes ojos verdes, mi mamá ya nos gritaba a
Alexa y a mí que nos fueramos a comer. Yo no podía ser tan cruel y
dejar a los demás gatitos ahí. Que tal y que nadie se los llevara y
se murieran de hambre. Así que a escondidas de mamá, Alexa y yo
escondimos a los tres gatitos en la casa de madera que estaba atrás
de la casa. Nos los llevamos en la misma cajita destrozada e hice
jurar a mi hermana que no dijera nada. A ojos de mi mamá, sólo
llevaríamos a un gato, que más bien, era gata.
—Les
estoy gritando Elisa, que ya se vinieran a comer, ¿qué tanto
hacían?
—Nada
mamá, tú nos diste permiso de ir a ver a los gatitos.
—Sí,
sólo te permití que trajeras uno ¿dónde está Alexa?
—Fue
al baño—le mentí a mi madre— Pues Alexa andaba escondiendo los
gatitos en el “tejaban”, así le decíamos a la casa de madera
color azul, que estaba al fondo detrás de la casa.
—Bueno,
quiero que comas, para que ya te vistas, ya te dejé el uniforme para
que te vayas a la escuela. No tarda tu hermano Eddy en llegar.
—Pero
mamá, que vaya Eddy nada más a la escuela. Yo me tengo que quedar a
cuidar a mi gatita.
—¿Pero
qué dices?—me lanzó mi madre una de esas miradas que te quieren
comer—¿Cómo que no vas a ir a la escuela? No te estoy preguntando
Elisa, todos los niños van a la escuela. Tu gata se queda aquí,
dale gracias a Dios que te dejé que te quedaras con ella. Deberías
estar agradecida.
Y
como muchas veces, dejando a mi madre hablando sola en la cocina, le
pregunté a Alexa si todo estaba bien con los gatitos. Mi hermana le
dijo a mi mamá que andaba jugando, para así poder transportar la
comida y que mi madre no sospechara nada.
De
camino a la escuela, sólo esperaba que mi madre no descubriera el
secreto mío y de mi hermanita. Pues las dos estaríamos bien fritas.
Más yo que ella, pues dice mi madre que yo soy la que debo de dar el
ejemplo. Le llevo 5 años a Alexa, la prudencia debe caber en mí.
Esas eran las palabras de mi madre, cada vez que me regañaba por
algo que Alexa y yo hacíamos. Al final de cuentas, yo era la que
pagaba los platos rotos, por ser la mayor.
Pero
aún con el miedo que mi mamá descubriera a los demás gatitos, yo
me sentía feliz. Mi madre al salir de casa y darme su bendición, me
preguntó si ya tenía nombre para mi gatita. Le dije que aún no.
Que lo pensaría. Puedes ponerle Misifú, me dijo mi madre.
Al
llegar a la escuela, me senté en los pupitres de atrás, había
olvidado, con la emoción de los gatitos, de hacer los problemas de
Matemáticas que me había dejado la maestra. Las Matemáticas no
eran lo mío.
—¿Qué
haces Elisa?—me preguntó con sorpresa mi amiguita Claudia.
—Olvidé
hacer los problemas—le respondí, secándome el sudor que me corría
por la frente.
—Tú,
la niña más bien portada de todas, tú, olvidando la tarea.
—Pues
sí, qué quieres que haga, es mejor hacerla a la carrera, que
no entregarla. Además yo estuve muy ocupada en la mañana.
—En
qué Eli, si te la pasas dormida toda la mañana.
—Ash
Clau, más que mi amiga, pareces mi enemiga, todo me cuestionas.
Mira, para que veas que soy buena, te voy a decir algo. Tengo cuatro
gatitos en casa, y eso es genial, lo único malo es que mi madre no
sabe que tengo tres escondidos en el 'tejabán'.
—Órale
Eli, y si se da cuenta, te va a regañar, y puede que hasta te los
tire.
—Cállate,
que la boca se te haga chicharrón, no me eches la sal. Bueno, te
cuento en el descanso, déjame seguir con ésto ¿sí?
Y
ya acabando mis problemas de Matemáticas, sólo esperaba que la
tarde se me fuera rápido para llegar a casa y ver a Misi. Sí, había
decidido llamar a mi gatita, la más hermosa: Misifú.
Tocó
un largo timbre y todos mis compañeritos aventando mochilas para
salir al recreo. Mi madre, siempre me ponía lonche, yo nunca quería
llevarlo, prefería llevar monedas y comprarme algunas golosinas y
frituras en la cooperativa. A esa edad, nos gusta más la comida
chatarra que lo nutritivo.
—Adivinen
qué niñas—gritó la niña más chiflada y alocada del salón—Eli
tiene cuatro gatitos, me lo dijo Clau.
—Más
bien te chismeó, que es diferente—le dije a Marilyn en tono de
fastidio.
A
Marilyn le gustaba siempre andar de chismosa, y andar inventando todo
lo que se le ocurriera, era una niña tan extravagante, una niña de
9 años, al igual que yo, pero con mentalidad de señora chismosa.
Una 'Susanita' demasiado evolucionada, pues todo su sueño era
casarse y tener un montón de hijos.
—Ay
Eli, no seas así—no te enojes. Sí lo sabe Dios que lo sepa el
mundo.
—No,
si no me enojo Marilyn, yo nada más decía, tú que todo sabes y
eres tan... tan... comunicativa.
—Pero
cuéntanos, ay no seas mala, dame un gato.
—Ay
Marilyn no sean necia—le dijo burlándose Itzel—, en tu casa muy
apenas tienen para comer, vas a tener para alimentar una boca más.
Mira cómo traes los zapatos.
—Ay
cállate tú huerca, te crees de la Del Valle—le respondió Marilyn
encolerizada.
—Bueno
niñas—les dije para tranqulizar—no hay nada que contar, sólo
que tengo cuatro gatos y una de ellas se llama Misifú, eso es todo
lo que tengo que contar. Mejor que Gina nos cuente lo que nos iba a
platicar ayer en el recreo cuando tocó el timbre.
—Sí,
es cierto, a ver Gina, dinos ándale—gritó Marilyn con voz
pillona.
—Bueno
niñas, les cuento—respondió Gina—, pero si les da miedo, yo no
tengo la culpa eh. ¿Se acuerdan de la maestra Rebeca?—sí,
respondimos al unísono, Claudia, Marilyn, Itzel, Amanda, Yasmina y
yo. Bueno, pues dicen que le dio un infarto, y que ya no va a
regresar a la escuela. Que porque uno de esos días ella se quedó
muy tarde, ya cuando todos nos fuimos a nuestras casas, ella se quedó
revisando papeles y demás. Entonces que la maestra Rebeca fue al
baño de mujeres, y que vio algo espantoso en el baño, era una
muñeca, la muñeca diabólica que cuentan todos que se aparece en el
baño. La pobre maestra Rebeca la vio, ya no había nadie en la
escuela, sólo el conserje en su casa de alla atrás. Así que Don
Rubén la encontró tirada afuera del baño. La llevaron al hospital.
El doctor les dijo que le había dado un infarto.
Todas
nos quedamos con la boca abierta cuando Gina terminó de contarnos de
lo que le había pasado a la maestra Rebeca. Yo no lo podía creer.
Gina era una niña muy fantasiosa, ya nos había platicado antes que
la escuela estaba llena de tumbas porque en realidad antes había
sido un panteón. Nos había contado todas las historias de terror
habidas y por haber. Así que esto me había parecido una falta de
respeto. Pues bien sabíamos, que la maestra Rebeca ya no iba a
regresar a la escuela, ya se estaba buscando su sustituta. Y también
sabíamos, que le había dado un infarto. Pero la historia de Gina,
era difícil de creer. Nos retiramos al salón silenciosas, las
siete, sin saber que decir. Sólo nos miramos entre todas y no
volvimos a decir nada sobre lo ocurrido con la maestra Rebeca, según
Gina.
Mi
hermano Eduardo, también está en la misma escuela, pero un año
menor que yo. Al terminar las clases nos reuníamos en el patio
central para irnos juntos en el transporte escolar. Yo que era la
mayor, me sentía responsable por él.
No
le dije nada a Eddy de la histora de la maestra Rebeca, sólo le
platiqué del secreto que teníamos Alexa y yo. Me dijo que no le
diría nada a mamá, que nos ayudaría también en darles de comer y
ver cómo se encontraban.
Llegamos
a casa, mi mamá ya tenía la cena servida como era costumbre. Me
dirigí al patio y ahí estaba Misi, mi mamá le había puesto una
colchita tejida para que se sintiera más a gusto. En esa época, mi
papá estaba construyendo la planta alta, y estaba ampliando más la
casa. Originalmente la casa era muy pequeña, pero para mí papá
había sido una ganga. Cuando éramos más pequeños todos nos
dormíamos juntos en una habitación. Hasta que mis hermanos y yo
fuimos creciendo y pedíamos más espacio. Así que mi papá comenzó
a invertir en la casa y hacerla más grande.
Para
los vecinos éramos los nuevos ricos, pues de una casa pequeña, la
casa fue ensanchándose cada vez más, hasta convertirse en la casa
más envidiada por muchos. Pero no se trataba, como le dijo a mi madre
una vecina envidiosa, que nos hayamos sacado la lotería, se trataba
ni más ni menos del esfuerzo diario de mi padre, del sudor de su
frente, de sus ahorros, de sus inversiones. Pero que puede uno
esperarse de unos vecinos envidiosos que ni para trabajar y estudiar
le ponen empeño.
Cuando
Misifú llegó a la casa aún no estaba ampliada, la planta alta se
encontraba en obra gris. Pero a veces, con permiso de mi padre, mis
hermanos y yo subíamos a jugar con los patines, los cuartos eran
amplísimos y sin muebles pues nos divertíamos de lo lindo. Y Misi
era nuestra compañera de juegos. Los otros tres gatitos vivían
escondidos en el 'tejabán'.
Pero
ese secreto no podía ocultarse por más tiempo. Los gatitos crecían
y crecían. Y un día cuando mi madre lavaba la ropa, se le ocurrió
entrar al 'tejabán', y fue ahí cuando el secreto entre los tres,
habría sido descubierto.
El
regaño fue en general, pero yo, era la que debía poner el buen
ejemplo, la prudencia debía caber en mí. Mi madre siempre fue de
carácter fuerte, exigente, pero en el fondo era tierna y amorosa y
terminaba por concedernos nuestros caprichos. Así que nos permitió,
tener a los cuatro gatitos.
La
gatita que era parecida a Misifú, a la que llamamos Ojitos, una
tarde desapareció. Debimos suponer que alguien se la había llevado,
pues ella siempre se ponía en un escaloncito cerca del porche. Al
gato amarillo, que mi hermana Alexa se apropió como su única dueña.
Un día fue atropellado por un autobús. Y la gatita gris, al año
siguiente salió preñada, mi mamá la regaló a una señora. Sólo
me quedé con Misi. Ella y yo éramos inseparables.
Cuando
Misifú tenía un año y algunos meses estaba preñada. Se puso bien
gorda, a veces se cansaba de caminar y se la pasaba horas tomando el
sol en la azotea, con la panza boca arriba. Otras veces le gustaba
dormir en uno de los sillones del cuarto de Alexa.
Ya
faltaba muy poco para que Misi se aliviara, ese día en la escuela
escogerían a los mejores alumnos para llevarlos a un museo, yo
quería que me escogieran a mí, quería ir al Planetario Alfa. Así
que no dormí por los nervios, que tal si no me escogieran, eso
afirmaría que era una alumnara regular y sobre todo no tendría el
privilegio de ir al museo. Pero cuando bajé a la cocina por agua.
Escuché que Misi se quejaba, lloraba extraño a como lo solía
hacer. Así que al abrir la puerta de la cocina y salir al patio vi
que Misifú estaba cerca del boiler pariendo. Eran las 11:30 de la
noche y desperté a mi madre, le dije lo de Misi, y mi mamá
asustada, sin saber que hacer, le habló por teléfono a uno de los
hermanos de papá, el que sabía mucho de gatos. Mi tío vino de
inmediato a la casa y ayudó a Misifú, pues uno de los bebés de
Misi, estaba muy grande y se había atorado.
Los
bebés de Misi estaban en perfectas condiciones. Misi se encontraba
agotada, creo que también para ella fue una gran experiencia. Coloqué
a sus bebés en una alfombrita y Misi fue con ellos para
alimentarlos. Seguramente sería buena mamá gata. Eran cinco gatitos
bebés hermosos.
A
mi mamá también le gustaron. Dimos las gracias a mi tío y se
marchó.
—Bueno
hija, ya duérmete—me ordenó mi madre.
—Sí
ya voy mamá, déjame estar un ratito con los gatitos.
—Mañana
hay escuela y tienes que levantarte muy temprano.
—No
mamá, no quiero ir.
—¿Pero
cómo?, no estabas tan entusiasmada de ir al museo.
—Eso
era antes, los bebés de Misi no habían nacido. Prefiero quedarme
con ellos y no ir al museo mañana.
—Ay
Elisa, hija, vete a dormir por favor.
Con
la novedad de que Misi era mamá, no quise ir a la escuela, ni me
importó el museo ni nada. Mi mamá a regañadientes entendió mi
chiflazón. Así que no sólo le hice compañía ese día a Misi,
sino también a mi mamá. Pues Alexa ya había entrado al Kinder y mi
mamá se quedaba sola por las mañanas. Eddy también se emocionó
con los gatitos, pero él si había asistido a la escuela.
Mi
mamá me convenció de llevar a Misifú a esterilizar, pues no quería
más gatos en casa. Yo obedecí, no pude oponerme, me pareció lo más
sensato. Llevamos a Misi a la veterinaria después de unas semansa
que había dado a luz a sus bebés. Creo que Misi también entendió
y se portó muy bien. Al siguiente día por la tarde, el doctor nos
llevó a Misi a la casa, con una gran rajadota en la panza. Pero ella
estaba bien y podía hacer su vida normal.
Un
sábado en la madrugada mi mamá nos levantó muy temprano a mis
hermanos y a mí, pues ese día iríamos a Laredo, de compras, como
era costumbre nos levantamos en la madrugada para llegar allá de
mañana. Yo nunca dormía, pues sentía una especie de nervio
dormirme cuando papá manejaba en carretera. Ese día en especial, a
lo largo del viaje, había mucha niebla. Mi mamá le sacaba plática
a mi papá, para que éste no se durmiera. Adelante, en otro auto,
iba mi abuela Ofelia, mi tía Carmen, mi tío Héctor, ellos también
iban de compras.
Pensé
en Misi y sus bebés, cómo estarían. Todo el camino me la pase con
dolor de estómago. Quien sabe que me cairía mal, no disfrute las
compras. Sólo pensaba en llegar a casa y dormir lo que no había
dormido. Mis papás llenaron la camioneta de muchísimas cosas. Mis
papás me mandaron en el otro auto, pues no había un lugar para
poder sentarse.
Y
así en la carretera, mi abuela y mi tía platicaban, casi
susurraban, para que yo no escuchara. Yo sólo veía oscuridad en la
carretera. Mi tío iba con la boca abierta pero muy dormido. Mi tía
y mi abuela seguían platicando. Hablaban de una de mis tías, que
les había platicado que a lado de su casa se aparecían dos niños,
esos dos niños se sentaban en la ventana de una casa en
construcción. Ahí se aparecían todas las noches. Los vecinos
podías oír sus risas pasadas las 12 de la noche. Mi prima Elena,
los había visto y los había escuchado. Mi tía Sofía tenía miedo,
pues no entendía porque esas dos almas en pena tenían aterrada a
toda la colonia. Mi abuela sugería a mi tía que manejaba con mucho
cuidado por la carretera, que había que hacer algo, rezar, rezar por
esas almas. Yo sólo escuchaba temerosa la plática. Y de pronto, un
rechinido de llantas, y el grito de mi abuela nos hizo gritar a
todos. Mi tía frenó con todas sus fuerzas, el rechinido de llantas
era su carro.
Mis padres venían atrás de nosotros y pararon su
marcha. Por poco, nos vamos al vacío, si mi tía no hubiera frenado
de esa manera, nos habriamos salido del camino. Mi tía no le dijo
nada a mi papá, sólo le dijo que había dormitado. Pero la razón
verdadera, es que, mi tía frenó, porque vio a una niña en la
carretera, y quiso esquivarla, perdió el control y estuvimos a punto
de irnos con todo y carro al vacío. Todos gritamos, pero nada
dijimos sobre la niña que vimos en la carretera. Hubo silencio,
temor y nerviosismo. Mi abuela rezaba. Y ya no supe nada más de la
historia terrorífica de los niños que se aparecían en la colonia
de mi tía.
★
★ ★
Pasaron
los años, Misifú y yo éramos inseparables. Sentía tristeza dejar
a Misi sola durante las mañanas cuando salía a la escuela, pero
sabía que pasaríamos toda la tarde y noche juntas. Cuando tenía 12
años, Misi acostumbraba dormirse en la cama, cerca de mis pies,
sintiéndose tranquila, escuchabámos la radio por las noches, desde
música rock en español, rock en inglés y relatos de terror, de un
programa que se llamaba La
Mano Peluda.
Todas las noches, de 10 a 12, escuchabamos relatos de terror de la
gente que llamaba a la radio; a veces nos ganaba el sueño y otras
nos quedábamos al final. Misifú era inseparable, ahí estaba al pie
del cañón conmigo, yo la adoraba y le lanzaba miradas de ternura y
felicidad.
Una
noche, cuando apagué la radio, las ventanas se cimbraron, hubo mucho
viento, la energía eléctrica se cortó, y el cuarto se abrió de
manera sorpresiva, como si alguien la hubiera abierto, pero ésta
estaba cerrada. Sentí miedo, y quise esconderme tras las cobijas,
pero la curiosidad hizo que me levantara y fuera a investigar.
Mi
gran sorpresa fue ver en el pasillo una silueta muy alta, una especie
de charro negro estaba parado al final del pasillo. Corrií al cuarto
y temblé abajo de las sábanas. Misifú también corrió. Ambas
vimos algo paranormal, alguien nos había visitado. No era un relato
de La
Mano Peluda,
ahora estábamos viviendo nuestro propio relato. Una experiencia que
nos acompañaría quizá el resto de nuestras vidas.
3 comentarios:
¡Que historia!
La historia de la gata es el prologo a leyendas urbanas que se hacen más verosimiles a medida que avanza la historia.
Y aparece la silueta misteriosa, que haya había hecho una aparición (es la palabra justa) como relato juevero.
Gracias Demiurgo, me da gusto que las estés leyendo... hace mucho que tenía esta historia en la cabeza, y apenas la estoy sacando... soy amante del terror y las historias paranormales. Saluditos
Esta historia da para continuar y despierta curiosidad Azulia...
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