Regreso
a casa: Parte II
Sentí
escalofríos cuando Alex apagó el motor del coche. Habíamos
llegado. Busqué torpemente las llaves que mis padres me habían
dado. Al estar frente a la reja que rodeaba el porche sentí como una
oleada de brisa fresca sacudió mis cabellos.
No
dije nada a Alex, sólo abri la cerradura de dos candados que se
encontraban en el porche y abrí también la puerta principal. Ambas
cerraduras ya estaban viejas y oxidadas, batallé un poco para
abrirlas.
Alex
bajaba nuestras cosas, y yo con un pie dentro de la casa, no quise
dar marcha atrás, ya estábamos ahí. ¿Qué podía pasar? Creo que
ya era cosa del pasado. Y como quien saluda a un viejo amigo. Me
escuché decir. <<Aquí estoy otra vez, he regresado>>.
Nadie respondió.
La
pintura de las paredes estaba desquebrajada, los muebles tenían
mucho polvo y podía ver que en ciertos rincones de la casa había
telarañas. Era una casa muy grande para dos personas. Habría que
elegir una habitación de las seis habitaciones. Atrás de la casa,
había una casa de madera que mi padre había construido hace años,
todavía estaba ahí, la miré desde una de las ventanas de la
cocina. La madera había sido pintada de color azul. Pero el árbol
gigante, ese árbol, ya no estaba igual. Quizá intentaron cortarlo,
sólo estaba la corteza.
No
pude recorrer las demás habitaciones porque Alex me alcanzó, yo
estaba en la cocina, tratando yo sola de darme una buena bienvenida.
No quería echarlo a perder. Uno tiene que hacer las paces con todo
lo que involucre el pasado, aunque ésta sea una casa.
—¿Así
que aquí viviste mucho tiempo Elisa? —me pregunta Alex sacándome
de mis recuerdos.
—Sí,
así es. Toda mi niñez, mi adolesencia... y...
—¿En
dónde quieres que deje las cosas?
—En
la sala, quiero ocupar una de las habitaciones de abajo, ya ves que
dijo el doctor que no podía andar subiendo escaleras, y quiero estar
cerca del baño, tú sabes...
—Sí,
lo sé querida, tus naúseas matutinas.
—Amor,
acuérdate que tenemos que revisar los aparatos eléctricos. Quizá
no funcionen, y es mejor darnos cuenta... afortunadamente trajimos
nuestro televisor.
—Sí,
dejame checar eso.
Mientas
Alex checaba si los aparatos que mis padres habían dejado
funcionaban. Me dirijí hacia las escaleras, pise un escalón y me
detuve. Fue como transportarme en el tiempo. Cerré los ojos y las
cortinas de los grandes ventanales del salón de estar comenzaron a
ondulearse.
Subí
con esmero esos escalones en los cuales yo había recorrido un montón
de veces, pero en los que una vez bajé para escapar, para no
pisarlos jamás. Y ahora estaba ahí plantada, tratando de subirlos.
Pero ya no sola, sino dentro de mí, había una vida. Éramos los dos
los que estabamos subiendo las escaleras. Mi bebé y yo. Yo con un
miedo que regresó. Un miedo que creí que ya no volvería jamás.
Abrí
los ojos, y ya me encontraba en aquel pasillo, en ese largo pasillo.
El sol ya se estaba metiendo, y había mucha oscuridad. Abrí una a
una las habitaciones, y cuando las abría las recuerdos pasaban sobre
mí como fotografías. En aquellas paredes había tantas historias.
Llegué al cuarto de Alexa, las paredes aún conservaban el lila que
ella había escogido para su cuarto, y que a mí me había parecido
ridículo porque todas las habitaciones tenían un color uniforme,
sólo el de mi hermana desentonaba.
Ahí
estaban, algunos de los que fueron sus muebles, viejos y con polvo.
Toque con mis dedos la superficie de ellos. Y temblé. El olor, un
olor espantoso se esparcía por las habitaciones. Quise abrir la
ventana del cuarto de Alexa; al abrirlo, me corté... estaba roto el
vidrio. Creo que alguien había entrado a robar cuando supieron que
la casa estaba sola. Y así como han de haber entrado creo que
salieron huyendo. Una casa vacía siempre es inofensible. Eso han de
haber creído. Pero obviamente se equivocaban.
Caminé
de nuevo hacia el pasillo y estuve unos minutos afuera de esa
habitación, la que más me producía temor. Esa habitación era la
de mis padres, cuando pase mi mano por la cerradura al abrirla la
puerta rechinó. Mi corazón latía a mil por hora. El bebé me
comenzó a patear fuerte el vientre. Y retrocedí, retrocedí hacia
las escaleras. Bajé corriendo, tan así que olvidé que estaba
embarazada.
Me
dirijí al baño de uno de las habitaciones de la planta baja, sequé
mi sudor. Mis uñas estaban marcadas en las palmas de mis manos. Y
miré mi rostro pálido, desencajado. No creí que volvería a sentir
todo aquello. Cuando mi madre y yo convenimos en que sería bueno que
ocupara la casa vacía. Olvidamos un asunto, creímos que al huir
todos, todo se había acabado. Pero no terminó. Quizá quisimos
creerlo así, por el bien de todos.
4 comentarios:
Una linda historia muy bien llevada para seguir leyendo Azulia, intentaré hacerlo. Una experiencia impactante la de regresar a la casa, con bebé adentro y todo. Los párrafos y espacios de tu escrito, hacen que el lector se tome su tiempo y participe. Saludos afectuosos.
La historia sigue intrigando. Una más para que yo siga. Estoy siguiendo un par en otros blogs. La tuya es igual de interesante.
Una historia donde manejas bien el suspenso, voy por mas...
Gracias, Oriana, que bueno que les está gustando... eso me da mucho gusto y me motiva a continuar...
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